Complot de otoño, en la Avenida Juárez.
LOTERÍA/ Arturo Hernández
La calle transgrede el silencio, en víspera de una luna menguante, hipnotizante, rencorosa, frívola.
El alfil de un sueño volátil sin nombre, sin máscaras, sin ficciones. Un paso taciturno que exhibe una cicatriz malgastada en el minuto de la melancolía. Inefables ruidos sin respuesta para concebir una sonrisa: la simulación de los sentidos.
El desvío de las nubes en el tejido de un sueño, una lectura del ensayo de los renglones sin palabras, cúmulo de rumores proscritos por el viento.
El Portal del diezmo con su soledad aprisionada en las fisuras de los muros, donde un monólogo de suspiros proclama la mendicidad de los corazones.
Las luciérnagas de vidrio heridas de su filamento parecen extinguirse, acribillan la oscuridad entre los sollozos de cables suicidas, incrédulos del latir de los relojes.
En el piélago de asfalto hierve el olvido, con un extracto de amor abrumado por las sombras, cobijado por la ceguera de la brisa noctámbula y el aliento de una suerte crucificada en la fatalidad de los demonios.
La mudanza de los vuelos a la penumbra, las desdichadas realidades de los espectros con dentadura de concreto, el desparpajo de la agonía de los secretos.
La piel de las horas anuncia la debilidad de las pestañas de la noche.