
Casino Bar
LOTERÍA/ Arturo Hernández

La puerta enfebrecida del olimpo
retiene con demencia
la luz cegadora
de un espejo, que es suspiro férreo,
crucificado como una mosca solitaria,
aquí, insomne
en el tejido óseo de la pared.
La gradería de botellas
hipnotiza las partículas de la vista,
del olfato
reviste las úlceras de los relojes
que cicatrizan la melancolía
y fraguan los hilos de recuerdos.
Las sombras no conocen de eufemismos
no saben naufragar
pero es aquí donde el silencio
aprendió a tejer las historias
sobre las arterias del alfabeto.
La tarde cumple su monotonía
se incuba la sed de la noche.
Una gota sembrada en las llagas de la barra
y el vaho de las luces que agazapan las risas.
Así es cómo gravitan
los latidos, que son jaurías de emociones,
aquí,
a un lado
de las marejadas de relámpagos.
La página agrietada
en el espiral del tiempo
se entreteje en la epidermis
de los calendarios agotados
los fieles devotos
los ángulos de los ojos
los enjambres de palabras
la amalgama que agiganta la memoria.